viernes, 31 de octubre de 2008



CIUDADANO PÍO


Esbelto aunque un tanto ajado, pelo ralo, calvicie incipiente y siempre vestido con ternos de corte italiano, así era Pío San Silvestre y Sanz, uno de esos hombres que muchos definen a primera vista como buena persona.
Se había educado en un colegio de curas y también había pertenecido a la Congregación Mariana, asociación católica cuyo fin primordial era la organización de Ejercicios Espirituales en una casa convento cerca de la playa de Bastiagueiro. La casa estaba rodeada de pinos y eucaliptos, con un magnífico seto de boj definiendo los jardines en los que destacaban enormes hortensias azules, granates y blancas.
Una vez comenzados los ejercicios, el silencio era obligatorio las 24 horas del día, y el único sonido perceptible era el trinar de mirlos, estorninos y gorriones, apenas apagado por los pasos lentos de los que meditaban abstraídos en la oración, o en otros menesteres, paseando por los pasillos.
Allí, Pío San Silvestre y Sanz se refugió una semana a lo largo de 20 años a meditar sobre lo divino y lo humano, sin la suerte que tuvieron algunos de hablar con Dios ayudados por el cilicio, pero sí con el convencimiento pleno de cumplir con su intención de comportarse toda su vida de acuerdo con las enseñanzas que el Señor le había procurado.
Licenciado en el ICADE, una formación ad hoc con sus objetivos de empresario, considerando que era la mejor manera de hacerse rico en menos tiempo. Después de obtener su Master en Dirección de Empresas, empezó a trabajar en el Banco Internacional, que dirigía un amigo de su padre. Durante seis años ejerció diferentes funciones en los departamentos de clientes, fiscal y de finanzas, lo que le permitió conocer los entresijos para operar con el dinero ajeno y aprender las claves para evadir impuestos de manera plausible.
A los 32 años se hizo socio al 50% de una empresa del ramo de la construcción, ARGUMASA S.L., analizada previamente con todo detalle gracias a la información privilegiada del banco, y a la que aportó ciento cincuenta millones de pesetas conseguidos mediante crédito del Internacional avalado por su padre. Cuando entró, la empresa tenía unos beneficios considerables que superaban el 25% de los ingresos, cerca de doscientos millones de pesetas. Pío San Silvestre y Sanz consiguió un acuerdo con su socio, Gumersindo Arrojo de Ben, que establecía que un 20% de los beneficios que superasen la cifra actual formasen parte de su retribución.
Ambos decidieron que Pío fuera el responsable de todo el aspecto económico financiero de la empresa.
Transcurridos 15 años, ya cerca de los cincuenta, a Pío empezó a abrumarle la circunstancia de tener un socio y no ser único propietario de la empresa, no porque Gumersindo le importunase, pues siempre había actuado con plena libertad, sino porque consideraba que él era el artífice del gran desarrollo de los ingresos de la empresa y mucho más de los beneficios que habían alcanzado la cifra real de 887 millones de pts. en el Ejercicio de 1997, un 40% de los ingresos, si bien en la declaración de hacienda a efectos de impuestos la cifra fue reducida a 392 millones. Sus conocimientos financieros le habían permitido el establecimiento de una cuenta B que se surtía de los pagos en dinero “negro” de sus clientes, dinero que a su vez prestaba a conocidos a un interés anual del 25% garantizándose el pago mediante contratos leoninos, que le hacía su abogado Fermín Palacios de las Ruinas, con penalizaciones superiores a diez veces el valor del préstamo. A todo esto es preciso añadir que la información sobre los beneficios que le había dado a su socio era de 590 millones, pues consideraba que el negocio de prestamista era de su propiedad particular.
Para resumir, Pío tuvo unos ingresos cercanos a los 500 millones, su socio 210 millones. En todos esos años Pío San Silvestre Sanz acumuló una fortuna superior a 2.000 millones de pesetas, además de un chalet en La Moraleja de 450 m2, en una parcela de 2.800m2 con piscina y garaje para cuatro coches, un Range Rover, un Jaguar E descapotable de colección y un Mercedes 500 SEL, todo proveniente de impagados de prestatarios.
El cuarto vehículo un Porsche 911 Targa Forio se lo había comprado a su mujer naturalmente pagándolo con dinero B.
Ahora, con 58 años, Don Pío San Silvestre de Sanz daba vueltas a su cabeza cómodamente recostado en la popa de su velero de 25 metros Oyster 82, valorado en más de cinco millones de euros, totalmente automatizado para la navegación en solitario. El barco había sido de uno de sus mejores amigos, Josep Bonet y Copons, que no le había devuelto dentro del plazo prefijado un préstamo de 1 millón de euros.
Pensaba con los ojos cerrados en su pasado, en los ejercicios espirituales, en el icade, en los 2 años de inglaterra, en el banco, en argumasa, en como se sintió en la plenitud cuando se hizo dueño y como a lo largo de estos 10 años vendió pisos y edificios enteros con hasta el 300% de beneficio por medio de su subsidiaria inmobiliaria “señora casa”, y lo orgulloso que estuvo al verse situado con el número 888 entre las mil mayores fortunas españolas de la revista del club financiero, que estimaba su patrimonio en 887 millones de euros. Una fortuna conseguida invirtiendo siempre dinero ajeno y gracias a su “ingeniería financiera”.
…Y en 2008, todo se había ido al carajo!
Apenas hacía tres meses que había ido a ver a su confesor espiritual, el Padre Felix Pardo. Sus empresas y todo el patrimonio inmobiliario, estaban en manos de los acreedores dirigidas por un administrador judicial y había tenido que despedir a 475 empleados. Don Pío no tenía ningún cargo de conciencia por haber arruinado a unos cuantos y mucho menos por los medios utilizados para hacerse rico, las operaciones fraudulentas, la compra de voluntades y de permisos de construcción en zonas ilegales, evasión de impuestos, blanqueo de dinero, etc., etc., etc. Simplemente quería la absolución de sus pecados.
A popa, con sus prismáticos Zeiss 7x50 B/GA Classic Naútico, hechó una última visual al Teide. Después de todo no le daba gran importancia a la pérdida de todo el dinero que tenía en Luxemburgo, en el Lehman $ Brothers de N.Y. y en otros bancos españoles. Atrás quedaba su mujer María Antonia con la que no tenía relación sexual desde hacía más de 10 años, rica de familia y viviendo en el chalet de La Moraleja que era de su propiedad. Sus 2 hijos, Francisco de Borja y Manuel Alejandro, economista y médico estomatólogo respectivamente. Y su hija Mariela estudiante de periodismo y la única persona que le provocaba nostalgia.
El barco navegaba con el piloto automático, viento suave dirección oeste al rumbo, Latitud 19º30´48” N y Longitud 80º34´04” O a 8 nudos de velocidad, dirección Las Islas Cayman.
Allí tenía sus ahorros para imprevistos, algo más de 11 millones de euros en el International Bank Ltd., aparte de 1.737.000 en el Offshore Private Bank en Isle of Jersey. Esto le permitiría comenzar una nueva vida placentera sin hacer nada, bueno, a lo mejor aprendería a escribir, y haría sus memorias.
Se inclinó a un lado y apoyó su cabeza mirando al cielo entre los pechos firmes y reales de su última novia de 28 años Hilde Diesen.
Brindó al aire con su copa de Taittinger Brut Gran Reserve.
Las gaviotas reidoras sobrevolaban el barco, el mar, el viento y las risas eran los sonidos.