viernes, 5 de diciembre de 2008

LAS COSAS CLARAS



Los ejecutivos, cuando no tenían compromiso con clientes, se reunían en grupos para ir a un restaurante cercano en la hora de la comida. Procuraban elegir uno de precio medio con menús caseros, y algunas veces un guiso apetitoso. Se aprovechaba el descanso para hablar o discutir de diferentes temas sin atender a jerarquías, descartando los asuntos de trabajo, propuesta de Roberto que todos habían aceptado.
Roberto de la Puente era un ejecutivo cercano a los cuarenta. Llevaba en la Agencia de Publicidad algo más de un año. Dirigía un grupo de cuentas que sumaban más de 3.000 millones de pesetas de facturación logradas por su mediación, una cantidad respetable en 1986. Casi siempre comía con Carmen Amador, su brazo derecho. Una mujer de menos de treinta años, pija del barrio de Salamanca, de belleza provocativa, y coqueta, y con bastante buen gusto vistiendo tanto de sport o más formal, muy lista y muy educada. Una chica bien sin complejos.
De vez en cuando se les unía Paco Torrecillas, Presidente de la Agencia, sin duda atraído por Carmen. Ella le hablaba con desparpajo y le corregía con frecuencia por su vestimenta y por su forma de comer. Paco masticaba de manera vulgar y no sabía usar los cubiertos. Se servía de la pala de pescado para tomar las salsas. Paco no había ido a la Universidad y presumía de sus conocimientos de estadística, aunque eran medianos. Para llegar a su posición había hecho una jugada maquiavélica y logró prescindir de cuatro socios, ayudado por la aportación de un capitalista al que había prometido pingües beneficios. Consiguió ser Administrador Único de la Agencia, para venderla transcurrido un tiempo, a una multinacional americana. Tenía una suerte considerable y conseguía engañar a muchos.
Un día, salió el tema de las corruptelas en la comida:
-Es natural, -decía Paco-., siempre tuve claro que todos son unos chorizos.
-¿Qué?, -Carmen dijo extrañada.
-Carmen, todo el que se mete en política lo hace para robar, y todos los políticos son unos sinvergüenzas. Las cuentas de la Administración las gana el que da más.
-Oye, yo conozco políticos que jamás admitirían un cohecho, -siguió Carmen
-Será porque les parece poco lo que les ofrecen. Es más, todo el mundo se corrompe.
-¿Cómo dices eso?, sé que mi padre nunca admitió nada. Incluso cuando le hacían un regalo y no lo veía justificable por su alto precio, lo devolvía.
-Eso es lo que se debe hacer, -apuntó Roberto- yo devolví regalos cuando no tenía claro porque me los hacían, y sí era indudable el objetivo cortaba por lo sano. Por eso no acepté el Porsche que me ofrecieron en Portugal. Me lo enseñaron y me preguntaron si me gustaba; naturalmente, respondí. A continuación dijeron, pues es tuyo y me dieron las llaves que cogí, y salieron volando contra la pared. Me largué sin despedirme.
-Así se hace, -concluyó Carmen.
-Mirad, repito que todo el mundo tiene un precio. El caso es averiguarlo y ofrecérselo. Nadie es totalmente honesto, vosotros que tanto habláis también lo tenéis. Si tu no aceptaste el Porsche es porque no acertaron cual era tu precio. -Paco fue categórico.
-Pues nosotros ni estamos de acuerdo ni pensamos así.
Esas fueron las últimas palabras de Carmen y Roberto.
Transcurrido el 87, Roberto esperaba que se cumpliese el compromiso verbal que tenía con Paco, y que consistía en el 2% del beneficio de sus clientes. Vana esperanza. Paco vino a decirle que no había podido ser pero que el próximo año sin falta lo haría. Roberto corroboró que era un mentiroso, le sobraba poder para hacerlo.
Roberto decidió, en aquel momento, buscar trabajo e irse de la agencia.
La oportunidad se presentó pasados tres meses, había tenido diversas ofertas pero buscaba la antítesis de Paco, un señor y caballero de palabra. Solo encontró uno que en la última reunión que tuvieron, le presentó por escrito, sin pedírselo Roberto, las condiciones económicas. Al final acordaron la fecha de incorporación el día uno del siguiente mes, y ambos se dieron la mano en señal de compromiso. Roberto se quedó convencido, jamás que dio la mano le habían engañado.
Unos días después Roberto abordó a Paco, después de comer, en el recibidor de la agencia:
-Paco, por favor, tengo que hablar contigo con urgencia.
-Ahora no puedo, - respondió nervioso -, tengo que ir a ver a un cliente, - Citó uno de importancia.
-Mira, quiero decirte que me voy de la agencia,- continuó Roberto muy sereno -. Antes de que lo sepas por terceros prefiero decírtelo personalmente, y así ya se lo comunico al jefe de personal para cumplir con la ley que marca el período de aviso en quince días.
-Espera, espera, ahora tengo que ir al cliente, pero vuelvo cuanto antes y hablamos, no te vayas sin hablar conmigo y no se lo digas a nadie, -todo dicho muy rápido y muy nervioso.
Roberto volvió a su despacho, y apenas transcurridos 5 minutos apareció Paco en la puerta.
-Oye que les dije que me disculpasen y no voy, -decía Paco con vehemencia-. Sígueme a mi despacho y hablamos.
Paco salió a la carrera por el pasillo, y Roberto detrás veía el silencio con que les observaban sus compañeros, todo el mundo parece estar enterado, se decía.
Entraron en el despacho de Paco, y sin sentarse, éste comenzó:
-Mira antes de nada, ya tenía pensado hacerte una subida muy importante. -Dio una cifra que a Roberto le significaba el 50% de aumento.
-Mira lo siento mucho pero ya es tarde, tengo acordado incorporarme el día uno.
-¿Pero has firmado ya el contrato?, -Paco estaba pálido y le temblaban las manos.
-No, pero nos dimos la mano y los dos nos consideramos comprometidos, -respondió Roberto muy firme.
-Bueno mira, aparte de la oferta que sigue en pie, como sé que te has sentido perjudicado por la cantidad por beneficios que no recibiste, -y mientras dice esto saca un talonario del bolsillo derecho del interior de su chaqueta-, ahora mismo te firmo un talón por el importe, ¿lo aceptas?
-Paco lo siento, te he dicho que tengo un acuerdo y no importa el dinero. Yo asumo mis obligaciones.
-¿Pero que más quieres?, -dijo Paco insistiendo-. Puedo darte más. Dime una cantidad...
-Vamos a ver, ¿si tú lo que quieres es saber mi precio?, firma un talón en blanco y yo pongo la cantidad. -. Le dijo Roberto muy serio, y apuntando al talonario.
Y Paco se rajó. Nunca supo que cantidad era la que escribiría Roberto en el talón. Solo supuso que era inalcanzable.
Roberto al salir del despacho un poco envarado y pasar por el contiguo de la secretaria, vio en su cara un resplandor de contento. Y él se sintió igual, y seguramente se acordaba de su padre.
Los compañeros se alegraron y le felicitaron. Carmen, más explícita, le dijo:
-Este Paco es un majadero, le dije un montón de veces que te ibas a ir. Siempre me respondía lo mismo -tu amiguito nunca se irá. Lo estoy esperando y cuando venga le haré una oferta a la que no podrá renunciar-. Y yo le insistía y le decía: no conoces a Roberto, te vas a llevar un chasco. Nunca te lo dije porque conociéndote sabía que sería peor.
Francisco Torrecillas no llegó a cumplir los sesenta. Al funeral asistieron los caciques publicitarios, y muchos de sus subalternos, que a la salida se reunieron en corrillos. Roberto estaba con un buen amigo. También había sufrido a Paco. Uno del grupo fue el primero en expresarse:
-Que pena que se haya muerto tan pronto, con lo listo y buena persona que era.
-¡Mira!, ¡cómo que buena persona!, -estalló el amigo de Roberto -. Las cosas claras, ¡era un hijo de puta!. Estamos aquí porque es un compromiso social cuando alguien de la profesión muere. Pero no hay que falsear los hechos...-y siguió hablando y nadie defendió a Torrecillas.
Roberto miró a su amigo, con respeto y agradecimiento, por haberle evitado a él la respuesta.

No hay comentarios: