lunes, 24 de noviembre de 2008

El CARNICERO



Mi mujer y yo nos quedamos sonrientes cuando el “Sátrapa” Arias Navarro en su aparición en TVE el 20 de noviembre del 75, entre gemidos, y ojos lacrimosos, y con voz apagada y orejas de soplillo, para abreviar, igual que una plañidera, balbuceó estas palabras: “Españoles, Franco ha muerto”.
Cuando las escuchamos nos sentimos libres por primera vez en nuestra vida, y en vez de tristeza, noté que nuestras caras se habían estado transformando en una imagen de alegría y placidez. Resultaría imposible comprobar cuantas veces con mi mujer y muchos amigos habíamos estado esperando esta muerte, pero por fin había ocurrido. Nunca podría imaginar que haría cuando este hecho afortunado ocurriese, y miré a la cara de mi mujer que expresaba, como un espejo, la misma satisfacción, pero aún no nos habíamos dicho nada, nos convertimos en mudos sonrientes. Puse champagne en la nevera.
Después de un rato empezamos a hablar, al principio, entre abrazos y besos, nuestras palabras eran inconexas, ¿cómo no habrían de serlo después de tantos años que habíamos estado esperando?, y aunque era una muerte anunciada, no se nos había ocurrido pensar en cual sería nuestra reacción ni, en ningún caso, que tendríamos que hacer.
Comenzamos a hablar de “El Carnicerito de Málaga”, alias del “Sátrapa”, nombre con el que había sido bautizado por sus propios méritos por el pueblo de Málaga, y sin nada que ver con el indigno de marqués que le sería concedido indebidamente por “El Déspota” años más tarde. Aclaro que “Carnicerito” no era debido a que su padre fuese empleado del Matadero de Madrid, nada de eso, la realidad es que como fiscal militar de Málaga desde 1937, fue el director de la orquesta de la represión, y como tal, responsable de las miles de muertes de civiles y prisioneros políticos que desde entonces figurarían en su currículum. Imagino que podríamos estar de acuerdo en que el título de “El Carnicerito de Málaga”, aparte de totalmente merecido, pone de manifiesto el ingenio y el pragmatismo del pueblo andaluz, que logró que, en justicia, se hiciese memorable.
El currículum de “El Carnicerito de Málaga” siguió engrosando a lo largo de unos años con los nombramientos de Gobernador y Jefe del Movimiento de diferentes provincias, Director General de Seguridad hasta 1965, año de su triunfo como Alcalde de Madrid, que consiguió gracias a la circunstancia de su amistad y confianza con la mujer del “Sátrapa”, “Carmen Collares”, que siempre hablaba de “El Carnicerito” como su gran servidor, y que había comenzado a ejercer una gran influencia sobre “El Déspota” aprovechando su senectud y el Parkinson. En 1973 “El Bombero Presidente”, llamado así más adelante por la celeridad conque superó la fachada de los Jesuitas en su prueba de fuego, le nombró Ministro de Gobernación. Durante estos años ejerció con gran diligencia las responsabilidades que le habían sido concedidas, y otras más de forma voluntaria, pues debido a su entrenamiento de “Carnicerito” asistía , con sadismo y crueldad naturales, a la tortura y confesión de los presos que lo eran por su condición de enemigos, y teniendo diferentes ideas y ansia de libertad su prisión era incontestable. Al fin y al cabo “El Carnicerito” tenía que velar por la seguridad de los españoles de bien.
Y aunque fuera insólito para la mayoría, fue nombrado, por motu propio de “Carmen Collares”, ¡Presidente de Gobierno!. Entre sus méritos para el cargo, imagino que brillaría el que como Ministro de Gobernación no hubiera tenido ni la más mínima sospecha de que existía la posibilidad de un atentado a su camarada “El Bombero Presidente”. Otra “ridícula paradoja”.
En esta época “El Déspota” era un carcamal y “Carmen Collares” mandaba la finca solo con la asesoría de su hija y la del “marqués de Villavespa”.
Y así sobre este tema, que habíamos vivido juntos, estuvimos charlando durante más de dos horas mi mujer y yo, y no podría recordar quien dijo una cosa u otra.
Por la tarde habían empezado las llamadas, uno tras otro fueron llamando los amigos, no solo aquellos que habíamos previsto que lo harían, también telefonearon algunos que nos sorprendieron. Quedamos de acuerdo en vernos por la noche para celebrarlo en “El Manjar”, el restaurante favorito en Vigo de casi todos nosotros. Cuando llegamos el restaurante estaba casi lleno, más tarde se completó, y después los pocos que iban llegando tenían que quedarse de pie, seríamos unos setenta.
Juan, el dueño, estaba prevenido, no se si por el aviso de algunos o, simplemente, porque sus ideas concordaban con las nuestras. El caso es que había enfriado una gran cantidad de botellas de cava, y no me cabe duda que habría bebido algunas, pues se movía de mesa en mesa balanceándose como marinero en tierra, llenando copas y copas, y cuando acababa la ronda, nos obsequiaba con tortillas de patatas, calamares fritos, lacón con grelos y cachelos, y ternera asada con patatas gallegas. Se portó como un buen anfitrión.
La comida era lo de menos, estábamos acostumbrados a sus exquisiteces y no íbamos a comer precisamente. Más importante fue el cava que nos colocó a la mayoría lo suficiente y a algunos, incluido Juan, sobrepasando algo el límite. Lo en verdad extraordinario habían sido los brindis que de continuo se hicieron, la acción siempre era la misma, uno cualquiera levantaba el vaso y gritaba, “¡otro brindis!”, y todos y todas al unísono, puestos en pie, levantábamos las copas y bebíamos, en silencio, sin decir nada ni nombrar a alguien. Habíamos supuesto que el que hasta ese momento no estuviese “fichado”, lo iba a estar sin duda al día siguiente, y no nos extrañaría en absoluto, que la policía hubiese introducido un topo. No le habíamos dado mayor importancia a esta posibilidad.
Lo que había sido trascendente, fue que todos juntos, y por primera vez, nos expresamos y actuamos como seres humanos libres.
Cuando nos fuimos a casa acompañados por unos amigos, abrimos el champagne y estuvimos de farra hasta el amanecer. Pude comprobar que ese día ya la sociedad viguesa estaba informada de nuestro sarao, y más o menos de quienes habían sido los asistentes. Unos reaccionaron en solidaridad con nosotros, y a otros les arrebató la ira, y decían lo habitual: “Mira estos, profesionales y ejecutivos que tienen dinero y hacen ver que son de izquierdas”. La derecha inculta sigue sin comprender que las ideas proceden del conocimiento no de la economía. Amigos de la policía me dijeron que estaban al corriente de todo pero que no iba a haber ningún problema.
Y así fue, nuestro pasado homenaje a la libertad, que ahora disfrutamos en el presente.

viernes, 14 de noviembre de 2008

EL SENDERO


Salgo de la casa rural a las ocho y cinco de la mañana después de haber tomado mi desayuno, un par de huevos fritos de pueblo con tocino, y el café con leche y el bizcocho hecho por la dueña, apetitoso, abundante, y natural. Me encamino hacia el Norte que me señala la brújula sin necesidad del GPS, que también llevo por si es necesario. No me considero un senderista. Es más, acostumbro a huir de los senderos marcados porque lo que pretendo es no encontrarme con ningún otro ser humano que me recuerde la ciudad. Los nativos del lugar no cuentan, son naturaleza, como los árboles, las plantas y los animales, y ellos, aunque nos saludemos, son parte de la diversidad.
Me encuentro andando entre cereales y pastos, y encinas algunas veces, evitando en lo posible desviarme del rumbo fijo que me he marcado, no por capricho, la simple verdad es que caminando hacia el Norte los rayos del sol mañanero de mayo no se enfrentan a mis ojos, abiertos a la percepción del espectáculo que quiero disfrutar, y puedo observar con los prismáticos el vuelo de cualquier ave, y fotografiar todo lo que llame mi atención, desde la pequeña orquídea virgen que obtengo con el macro, hasta el amplio panorama que formará parte de mi colección, porque soy coleccionista de paisajes. Las gafas de sol no las uso, me molestan cuando necesito enfocar con rapidez, y además, difuminan los colores.
Y así voy caminando con mis pensamientos, atento a todo lo que pueda animarme por su belleza, cuando de improviso casi tropiezo con un cartel de poco mas de un metro de alto que está a mi derecha, y que de una manera simple y llana dice: “Amigo, haz el camino”.
En principio dudo, el cambio de rumbo al Este va a provocar que el sol me de en los ojos con las molestias consecuentes, pero la amabilidad de la invitación, y como no, la curiosidad y el hacer algo no premeditado, son motivo suficiente para decidirme, y lo comienzo sin sospechar ninguna alteración grave a la paz en que me encuentro, total aún son las ocho y cuarto.
Es un camino estrecho, se diría que pensado para el andar de dos personas, con los límites de su ancho señalados por las zanjas y el recorrido por un pavimento que me parece pedregoso, limpio y refulgente por el sol que me impide mirar directamente el suelo y aún más allá. Mis primeros pasos son confusos, las sensaciones cambian, y lo mismo mis pensamientos que empiezan a ser indecisos, como si alguien o algo ajeno a mí, y más poderoso, turbase mi voluntad, estoy intranquilo y miro a derecha e izquierda, todo es igual alrededor, el mismo paisaje sin cambios, todo es aparentemente normal pero cada vez que doy un paso siento que algo me emociona, y estoy un poco asustado pero a pesar de ello sigo el camino, debo continuar, algo me lo dice, e intento aligerar el paso.
No tengo noción del tiempo ni de la distancia que puedo haber recorrido, pero extrañamente, y a pesar de la fresca mañana, siento que sudo y bebo agua de la cantimplora, pero no me calma. Me encuentro como si no fuera yo el que camina, casi no levanto los pies a pesar de que lo intento, y los noto pesados, y algunas veces me parece que sin querer se arrastran. Observo que mi pulso es normal pero eso no me tranquiliza, y para distraerme intento evadirme, pero no lo logro, me parece como si todo mi interior se separase de mi y alguno estuviese ocupando mi cerebro, y abriendo mi memoria, mejor, todas mis memorias. Todo lo que ocultamos con el paso de los años, unas veces por temor y otras por simple olvido, y alguien ahora resuelve por mi sin querer intimidarme, pero me desasosiega, veo, sin ver, la tragedia, la muerte, no la mía que no es el caso, sino la de muchos otros que fueron despreciados por la justicia, difamados, vilipendiados y finalmente asesinados.
Ahora ya me suda todo el cuerpo y me desabrocho hasta la camisa, el agua no es ningún remedio, la calentura está dentro. Mi frente está fría y piso con más cuidado por temor a desfallecer, pero al momento y de una forma misteriosa me encuentro fuerte, y entiendo que mi físico no es parte del problema. Sigo sudando pero ya no es igual, hay algo desde el exterior que me llama, que me sosiega.
Un Espíritu me acompaña como un amigo, y me llama por mi nombre, no me muevo y espero que me diga, la sensación es intemporal y no empieza a definirse hasta que menciona un año, “1939”, y me cuenta que son 2.000 los que están conmigo, los que tuvieron la desgracia de estar vivos aunque hambrientos, mujeres y hombres, de todas las edades, sin diferencias . De como después de ese año y en la década de los 40 a todos ellos se los habían llevado a rastras, durante el día a unos desde los campos que araban y a otros desde sus trabajos, y durante la noche de sus casas, delante de su mujer y de sus hijos, aterrorizados y mudos, ante el sangriento aspecto de la banda fascista que asolaba su hogar, y que se llevaba sin posibilidad de retorno, a uno o a unos cuantos...
Primero cavábamos la hoya, segundo nos mataban y para terminar nos arrojaban a las fosas, uno tras otro, desnudos o vestidos, y después las mandaban cubrir con tierra, ocultándolas a la vista.
Ahora el Espíritu me lleva al “paseo” en la caja eterna de un camión con otros dos mil que han pecado de mala conducta. Ya lo dijo el cura desde el púlpito: “Que su semilla sea borrada, la semilla del mal, la semilla del diablo”, y primero nos insultan, más tarde nos humillan y nos golpean, y en un espacio corto, nos asesinan.
¿Porqué motivo?: somos enemigos de Dios, somos enemigos de la Patria.
Al principio no hubo juicios, los matones alimentados por la jerarquía eclesiástica eran cruzados, y tenían bula para matar. Pasó el tiempo y, con la hipocresía que acostumbraban, permitieron juicios ficticios, y los jueces herederos de los inquisidores, dictaminaban como mandaba su caudillo dictador. Y éste firmaba las sentencias desayunando, placentero, sin perdón para nadie, ejecución para todos. ¡Viva la Muerte!.
Transcurridos unos años los que nos quieren decidieron excavar antes de que se perdiese el recuerdo, y lo hicieron y nos encontraron apilados, y sacaron los huesos con cuidado y diligencia, y como no nos podían enterrar con los nuestros, hicieron el camino.
Suspiro, de nuevo estoy solo, me sobrepongo y miro hacia abajo, ya puedo verlo, en la zanja de la derecha están los cráneos, y en la de la izquierda los pies, y en el centro, los esqueletos desmenuzados, todos en horizontal y uno tras otro, un osario interminable de dos mil asesinatos.
Con mis lágrimas todo se nubla.

viernes, 7 de noviembre de 2008

UNA AMISTAD PERDURABLE

Hoy viene a cenar un matrimonio con el que tenemos una amistad muy cercana, Isabela y Keko, tienen dos hijos y viven en un chalet de dos plantas en Torrelodones.
Llaman al timbre, solo un toque corto, saben que les esperamos, Isabela, está en esa edad que representa para la mujer un cambio profundo y consciente, los cuarenta y cinco años, que ellas definen así : “los tíos nos miran a la cara y ya no continúan...”.
Él, algo más joven, está por encima de los treinta, y para hacerse una idea de su físico os diré que tiene un aire con Etxeberria el delantero del Athletic, estirado y con piernas fuertes y similares claros en la cabellera. Le llamamos KEKO, es de Sanse y, suena más vasco, y entra en casa tarareando, “Delgadito, ellas no quieren tus besos...”.
Isabela, como acostumbra, se abraza a mí y me da chupetones en las mejillas, sonoros y tiernos, hasta que yo la aparto para que no siga, es muy efusiva.
Keko, entra y besuquea a mí mujer como un hijo a su madre, y a mí me da la mano, y rápido se va al cocina por seguir su costumbre de pillar algo, y antes de que estropee las fuentes, le largo una empanadilla. Me pide un Martini seco, hago los dos cócteles con tres partes de gin Beefeater y nos los trasegamos, el rápido y yo a mi marcha, como aperitivo.
Y así empezamos la velada. Nos sentamos en la mesa y sirvo un tinto de Burdeos que tengo abierto para que se oree desde hace casi una hora, y empezamos con la empanada de sardinas con la pasta delgada y hojaldrada que hace mi mujer, sabe lo sibaritas que son, y conversamos.
Hablan y nos ponen al día en todo, primero sobre sus hijos, de la mayor, Brunilda, que tiene ocho años y es como su nombre, delicada y tierna, fantasiosa y mágica y siempre extremadamente cariñosa. Guillermo, de cinco, todo lo contrario, brutote y fortachón, realista y pragmático, y cariñoso cuando le apetece, y también un poco fantasma, esto es, más vasco que su padre. También hablamos de tío Alberto y de sus manías, la última la de su animadversión a las luces encendidas, va por todas las habitaciones apagándolas.
Nos cuentan su reciente visita a Marrakech, siempre viajan de improviso, y cómo se hospedaron en un pequeño hotel de la Medina, decorado con puffs y artesanía marroquí, pero debido a su situación la primera noche que salieron se perdieron y no supieron volver. Se les acercaron una pandilla de jóvenes que se ofrecieron para llevarles, y aceptaron cuando les dijeron que conocían la dirección de su hotel, y echaron a andar tras ellos con cierta desconfianza, cogidos de la mano, y mirándose un tanto escamados, hasta que llegaron a una zona muy oscura dónde imaginaron que les podía pasar de todo, y agarrraditos como estaban, Keko tirando de Isabela, corrieron disparados hacia las luces de un hotel, y llegaron ahogándose. Peor fue cuando les dijeron que una noche les costaba 245€, y pago por adelantado, aunque lo aceptaron mejor al saber que el precio incluía barra libre hasta las 12 AM y el bufet del desayuno, sí, era uno de esos hoteles en que te ponen una pulsera de plástico en la muñeca para identificarte y no pagar ninguna consumición. Keko tuvo que enseñar la pulsera más de diez veces, hasta que se fue a la cama cerca de la madrugada sosteniendo a Isabela que pretendía pegarse a las paredes de los pasillos. Se levantaron para ir al bufet y desayunaron hasta encontrarse ahítos, y se fueron como vinieron, con lo puesto, satisfechos y sonrientes, y enormemente gratificados por lo bien que habían pasado la noche, sin mentar el precio. Con la luz del día supieron como regresar al hotel encantados por la aventura que siguen reviviendo.
Escuchándoles recuerdo el viaje que pretendemos hacer los cuatro cuando llenemos nuestras respectivas huchas con monedas de 2€, que probablemente conseguirán ellos antes, no porque su hucha en realidad sea más pequeña, sino porque les ha dado una fiebre repentina por hacerse con todas las que hay, y es una fijación, y cuando nos vemos se habla del tema. No tenemos programado ningún destino, pero seguro que adonde vayamos será glorioso.
Los calamares en su tinta son una especialidad de mi mujer, con la salsa untuosa y el arroz suelto, y cuando los comes y los saboreas sientes que es un manjar de verdad. Yo se que Keko cocina bien y que le gusta, además entiende, sabe hacer comida japonesa, india y china, pero domina la cocina vasca y su marmitako te deja más que satisfecho. Hace salsas muy buenas, la boloñesa es extraordinaria y hace un pollo deshuesado con salsa de curry y el picante justo, no el abrasador de los restaurantes indios. Keko trabaja y estudia, y tiene varias carreras de esas que ya se sabe al empezarlas que no tienen ninguna salida, arte, teología y ahora está pensando en criminología, no es que sea extravagante, simplemente es así, del dinero lo único que sabe es que es para comprar cosas, y cuando yo le dije que si hacía farmacia se la montaba, no me contestó y me miró raro, con algo de desprecio, y me hizo sentir vulgar. Me olvidaba, sabe conducir pero no tiene carné, conseguirlo le representa una molestia.
Isabela, mi gran amiga, es muy cariñosa y tiene gracia natural, y creo que cae bien a todo el mundo, pues sin ninguna malicia aparente, se gana a un tendero, o a un taxista o a un director general sin inmutarse. Con sus hijos se entrega olvidando su ser y cuando habla de ellos le tiembla el corazón, y los tiene en su mente, y los lleva y los trae del colegio, y a montar a caballo, y a fiestas, y a cualquier lugar que les apetezca. Keko les hace compañía la mayoría de las veces y juega al fútbol con Guillermo.
De postre tomamos Torta del Casar acompañada por un vino licoroso de Sauternes, “Clos du Ciron”, maridan perfectamente, y nos entregamos al disfrute de aromas y sabores, con paciencia de conocedores expertos, y oliendo, y degustando, alegres y sonrientes, en paz con todos y con nosotros, y con el placer que nos proporciona nuestra amistad.
Tomamos unos whiskys y unos hojaldres árabes. Keko es el primero en aflojarse, y se le caen los ojos y dice que tiene”peso psicológico”. En fin, la tertulia se acaba y se van, antes Isabela me chupetea y al entrar en el ascensor Keko entona, “Delgadito, ellas no quieren tus besos...”.

martes, 4 de noviembre de 2008

DÉJATE LLEVAR

“Quizá es que no me quieres…”, “No, ya no me quieres”, y así dos horas. ¡Qué pesadez!, por mi se puede ir al carajo, ¡que no la quiero…! esto me pasa por consentirle todo, y así seguirá, dale que dale deshojando la margarita. Me abruma.
Pero, ¿que quiere?, debe ser que se aburre y me utiliza para entretenerse, de ahí la monserga. Claro, antes de casarnos todo le parecía perfecto, “si mi vida”, “lo que tu quieras”, incluso un día me llamó “cari”, ¡casi me cago!
Y ahora todo vale para desquiciarme. Siempre me pareció una salida, si no de qué su interés por “Las edades de Lulú”. Yo creí que tenía que enseñarle poco a poco a desenvolverse en la cama, ¡coño!, al final la encargada de las novedades fue ella. Que si “ponte así”, “date la vuelta”, “no tu no hagas nada”, es una maestra, más, una sabia. Y esto no es todo, creo que tiene furor erótico, vio la escena de Sharon Stone en “Instinto Básico” y dejó de usar bragas, total que va desnuda pues el sujetador nunca se lo puso, imagino que para presumir de tetas, por cierto sus pezones tienden a elevarse hacia arriba.
Posar es lo que más le gusta, se pone un tanga y una camiseta corta ajustadísima, y así, ligera e ingrávida, danza por toda la casa revoloteando con sus manos un fular de seda que juega con su cuerpo.
Un día a la semana, por sorpresa, lo dedica al strip tease. Previamente, mientras estoy ausente, decora el salón y el dormitorio con gasas y telas de todos los colores, dispersa, aquí y allí, parte de su colección de instrumentos sexuales de diferentes usos y tamaños, “manolos” admirables de tacón súper alto, ligueros, tangas y braguitas, sprays con natas y cremas de muchos sabores, bebidas estimulantes, etc., etc.. Lo que viene a la imaginación es el desorden, un “totum revolutum”, nada de eso, cada cosa está en su sitio y ella lo demuestra utilizando todos en el momento y lugar preciso. La única iluminación es la de las velas, desde el vestíbulo, por el pasillo, el cuarto de baño, las habitaciones que son escenario e incluso la cocina, ningún lugar común en el que vayas a entrar en una noche así tiene iluminación artificial. Música sensual, lenta, dulce, nada estridente que rompa la armonía, suena por toda la casa. Todo conseguido, impecable, refinado, asombrosamente cálido, sin que falte ni sobre nada.
La representación es lo máximo, la veo danzando ágilmente, apareciendo y desapareciendo, las piernas interminables se despliegan al ritmo de sus brazos ondulantes llenos de pulseras sonoras, cimbrea todo el cuerpo, por momentos es una odalisca, otros una danzarina india y, como sin querer, de repente, se convierte en una profesional de cabaret, gestos y posturas ordinarios y provocativos, se desmelena pausadamente moviéndose en diferentes ángulos para diversas perspectivas. Viene hacia mí y se acerca para que le quite la camisa, se la arranco. Quiero acariciarla y se desliza entre mis brazos, se marcha, me tira el tanga, se desvanece entre las velas, se va…
Como me provoca, conoce mis puntos débiles, me sorprende, me quedo boquiabierto, me olvido de todo, me pone como un ceporro,
me da un pasmo, no pienso, estoy trastornado, solo la quiero a ella, me abraso, a ver si vuelve que venga, ¡veeennn…!.
Por fin, “Cari, ya estás…” Y allí voy yo, con los pantalones por las rodillas, graznando como un pato.