Salgo d

Me encuentro andando entre cereales y pastos, y encinas algunas veces, evitando en lo posible desviarme del rumbo fijo que me he marcado, no por capricho, la simple verdad es que caminando hacia el Norte los rayos del sol mañanero de mayo no se enfrentan a mis ojos, abiertos a la percepción del espectáculo que quiero disfrutar, y puedo observar con los prismáticos el vuelo de cualquier ave, y fotografiar todo lo que llame mi atención, desde la pequeña orquídea virgen que obtengo con el macro, hasta el amplio panorama que formará parte de mi colección, porque soy coleccionista de paisajes. Las gafas de sol no las uso, me molestan cuando necesito enfocar con rapidez, y además, difuminan los colores.
Y así voy caminando con mis pensamientos, atento a todo lo que pueda animarme por su belleza, cuando de improviso casi tropiezo con un cartel de poco mas de un metro de alto que está a mi derecha, y que de una manera simple y llana dice: “Amigo, haz el camino”.
En principio dudo, el cambio de rumbo al Este va a provocar que el sol me de en los ojos con las molestias consecuentes, pero la amabilidad de la invitación, y como no, la curiosidad y el hacer algo no premeditado, son motivo suficiente para decidirme, y lo comienzo sin sospechar ninguna alteración grave a la paz en que me encuentro, total aún son las ocho y cuarto.
Es un camino estrecho, se diría que pensado para el andar de dos personas, con los límites de su ancho señalados por las zanjas y el recorrido por un pavimento que me parece pedregoso, limpio y refulgente por el sol que me impide mirar directamente el suelo y aún más allá. Mis primeros pasos son confusos, las sensaciones cambian, y lo mismo mis pensamientos que empiezan a ser indecisos, como si alguien o algo ajeno a mí, y más poderoso, turbase mi voluntad, estoy intranquilo y miro a derecha e izquierda, todo es igual alrededor, el mismo paisaje sin cambios, todo es aparentemente normal pero cada vez que doy un paso siento que algo me emociona, y estoy un poco asustado pero a pesar de ello sigo el camino, debo continuar, algo me lo dice, e intento aligerar el paso.
No tengo noción del tiempo ni de la distancia que puedo haber recorrido, pero extrañamente, y a pesar de la fresca mañana, siento que sudo y bebo agua de la cantimplora, pero no me calma. Me encuentro como si no fuera yo el que camina, casi no levanto los pies a pesar de que lo intento, y los noto pesados, y algunas veces me parece que sin querer se arrastran. Observo que mi pulso es normal pero eso no me tranquiliza, y para distraerme intento evadirme, pero no lo logro, me parece como si todo mi interior se separase de mi y alguno estuviese ocupando mi cerebro, y abriendo mi memoria, mejor, todas mis memorias. Todo lo que ocultamos con el paso de los años, unas veces por temor y otras por simple olvido, y alguien ahora resuelve por mi sin querer intimidarme, pero me desasosiega, veo, sin ver, la tragedia, la muerte, no la mía que no es el caso, sino la de muchos otros que fueron despreciados por la justicia, difamados, vilipendiados y finalmente asesinados.
Ahora ya me suda todo el cuerpo y me desabrocho hasta la camisa, el agua no es ningún remedio, la calentura está dentro. Mi frente está fría y piso con más cuidado por temor a desfallecer, pero al momento y de una forma misteriosa me encuentro fuerte, y entiendo que mi físico no es parte del problema. Sigo sudando pero ya no es igual, hay algo desde el exterior que me llama, que me sosiega.
Un Espíritu me acompaña como un amigo, y me llama por mi nombre, no me muevo y espero que me diga, la sensación es intemporal y no empieza a definirse hasta que menciona un año, “1939”, y me cuenta que son 2.000 los que están conmigo, los que tuvieron la desgracia de estar vivos aunque hambrientos, mujeres y hombres, de todas las edades, sin diferencias . De como después de ese año y en la década de los 40 a todos ellos se los habían llevado a rastras, durante el día a unos desde los campos que araban y a otros desde sus trabajos, y durante la noche de sus casas, delante de su mujer y de sus hijos, aterrorizados y mudos, ante el sangriento aspecto de la banda fascista que asolaba su hogar, y que se llevaba sin posibilidad de retorno, a uno o a unos cuantos...
Primero cavábamos la hoya, segundo nos mataban y para terminar nos arrojaban a las fosas, uno tras otro, desnudos o vestidos, y después las mandaban cubrir con tierra, ocultándolas a la vista.
Ahora el Espíritu me lleva al “paseo” en la caja eterna de un camión con otros dos mil que han pecado de mala conducta. Ya lo dijo el cura desde el púlpito: “Que su semilla sea borrada, la semilla del mal, la semilla del diablo”, y primero nos insultan, más tarde nos humillan y nos golpean, y en un espacio corto, nos asesinan.

¿Porqué motivo?: somos enemigos de Dios, somos enemigos de la Patria.
Al principio no hubo juicios, los matones alimentados por la jerarquía eclesiástica eran cruzados, y tenían bula para matar. Pasó el tiempo y, con la hipocresía que acostumbraban, permitieron juicios ficticios, y los jueces herederos de los inquisidores, dictaminaban como mandaba su caudillo dictador. Y éste firmaba las sentencias desayunando, placentero, sin perdón para nadie, ejecución para todos. ¡Viva la Muerte!.
Transcurridos unos años los que nos quieren decidieron excavar antes de que se perdiese el recuerdo, y lo hicieron y nos encontraron apilados, y sacaron los huesos con cuidado y diligencia, y como no nos podían enterrar con los nuestros, hicieron el camino.
Suspiro, de nuevo estoy solo, me sobrepongo y miro hacia abajo, ya puedo verlo, en la zanja de la derecha están los cráneos, y en la de la izquierda los pies, y en el centro, los esqueletos desmenuzados, todos en horizontal y uno tras otro, un osario interminable de dos mil asesinatos.
Con mis lágrimas todo se nubla.
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